Café Ritual: el milagro en sus manos


Por Félix García  


Soy de los que al riesgo no huye, a la inseguridad se acerca, al
Trance desafía… tras el goce de la aventura, si puede ser milagro.
FG


Todo rito implica mostrar, dar energías, manantial, remolino espiritual, mineral con vitaminas omnipresente como veneración a la encantada memoria. Este ritual de hoy rinde homenaje al valor, alegría y hacer de quienes suplen con amor la existencia de los sueños.
Levantemos nuestras copas para adorar, emular las amplias sonrisas solidarias de Papancho, Vitamina, Ricardo Rojas Espejo y Héctor Amarante, por la abuela de Úrsula Iguarán, aquella que “se sentó en el fogón encendido”.  Brindemos para sacrificar el presente por un futuro mejor. Por no aferrarnos al pasado y nunca dejar de soñar. Bienvenido a este areíto y cohoba, celebración que a todo necio incomoda.



La identidad dominicana se enarbola sobre la exaltación de sus ritos. Desde el café mañanero, el cruce de la marchanta, el cuerdo que asume la libertad como locura, el comercio con puertas abiertas a la especulación, el pase y siéntese del vecino, búscale agua y comida al recién llegado, el no aceptar que nos metan los jueves por días de fiestas, hasta ser vanguardia en contra de los atropellos y abusos de poder, dentro del contexto excepcional del país, convierten a San Francisco de Macorís en el pilar de ejemplo para elevar el sello irrenunciable a la ritualidad tradicional y trascendente que nos distingue como pueblo. No podía, por tanto, sellarse como mejor título un texto, sino es Café Ritual.
                                                                                          
¿Por qué Papancho, (abuelo del autor), Vitamina (soñador cuerdo de la calle), Ricardo Rojas (pluma fina, hermano y amigo), Héctor Amarante (el menos sectario y más prolífico escritor nuestro), Úrsula Iguarán, por quienes hemos brindado? Porque a través de ellos se desvela en desnudez su autor, su habilidad escritural, parte de su acervo cultural y sus dotes de didacta-humanista, más su amor a la literatura y a los valores de su pueblo. Ellos, junto a él, son dos niños arrastrando una mancillada pureza.
En Café ritual, en sus cinco cantos a Papancho, no solo se subraya la alianza tradicional de nieto-abuelo, sino que se estampa a cada uno de nosotros envueltos en la textura de esa complicidad real, ese tío del milagro en sus manos, esa geografía tan visual del campo y la ciudad, ese enfoque de ricos, pobres, cuerdos y casa de todos, la del viejo, y al final la conexión del nieto con el gran padre… porque doña Dolores del Orbe era al parecer su abuela que ni viva ni muerta fue su cómplice como el abuelo.

“Era el hermoso lugar donde reinaba el robledal (para jugar pelota), “te voy a regalar seis pesos para que compres unos zapatos”, oler el queso Geo… “aquellos pedazos de luna mamey que convertían nuestra cena en manjares de príncipes”. De conocer y convivir con Popo, “un loco brillante y balaguerista incorregible”. Págs. 22-23.
Un buen narrador-escritor nos deja grandes huellas referenciales. Un desafío para descubrir acontecimientos pasados y futuros. Crea dudas y expectativas. Procura así la complicidad de aventuras con el lector. Martín Paulino juega con maestría este papel.

“No puedo borrar de mi mente la imagen de Papancho envuelto en un silencio cerrado, sacudido y enredado por la pena que le produjo la muerte de su hermano Wenceslao, el que le había sobrevivido, el que había vengado de manera individual la muerte de su padre Agapito Paulino y de su hermano Antonio.”

“A mí nunca me gustó leer”, me confesó Luis Robot. “Y los que me dicen loco, dicen que lo soy por eso. La gente inventa, doctor”.

Leer a José Martín Paulino es darse orgullo de francomacorisano, dominicano en cualquier parte del mundo. Hay muy buenos narradores en la provincia Duarte: Hilma Contreras, Manuel Mora Serrano, Francisco Nolasco Cordero (El Vate) Ricardo Rojas, Noé Zayas, entre otros. Radhamés Polanco, más exigente que el mejor boxeador para sí mismo en la referente al arte, ha escrito:

“El hallazgo es doble beneplácito; la vuelta a conectar con el placer estético proporcionado por el contacto íntimo con la obra literaria, uno; y el segundo, porque el reencuentro con dicho placer se daba en el contexto del arte literario facturado aquí, por gente conocida… Con esta lectura he vuelto a experimentar el placer estético… en las pautas imprescindibles a lo interno del ejercicio lectural, de vuelta a la completa potencia de mis cabales... ya este Martín Paulino se encontró, se encontró el muchacho, definitivamente, como el espíritu esencial del lenguaje literario. Y es mi semejante Martín el hombre, otro dominicano fichado por la buena narrativa. Es lo que ha ocurrido con Café Ritual y espero que pase con cada uno de ustedes.”

Acontece que en estos términos se expresó José Carvajal, reputado crítico literario:
“José Martín Paulino tiene asegurado por lo menos un eslabón de acero inoxidable en la cadena de narradores dominicanos contemporáneos. Un eslabón es mucho en un país donde el salitre y la política lo corroen todo. Salirse del montón sin abandonar el espacio ni las circunstancias es ya una proeza llamada a resistir el balance de la conciencia del tiempo… eso lo construye felizmente afincado en la cercana ciudad de San Francisco, donde lucha contra esos demonios que suelen parecer hijos inofensivos de la ficción.” Cuaderno de serpientes es buen ejemplo, dice Carvajal. Y yo agrego: “Café Ritual” es otro gran dechado. Palpita que a uno le gusta redundar sobre lo bien dicho y verdadero, máxime cuando el dicho “nadie es rey en su tierra, si acaso lo es cuando muere”. Cobra tanta fuerza falsa. “Nada es nada”, predica Martín Paulino como filosofía de vida.

Sucede que ningún hijo es mejor o peor, ni se quiere más que oro. Un libro es hijo hermoso de mayor logro o peor desventura. Todo depende de la vara y el cristal con que se mida y cómo se vea. El hombre que asume el gesto necesario, a la hora necesaria, en cualquier escenario, es arca imprescindible. Por ello, leer este texto nos hace crecer el alma y engrandece el espíritu.

Me permito, con perdón de Martín, citar un fragmento que él cita de Héctor Amarante, pues este Café Ritual contiene magníficos ensayos, y así saldo una deuda con el maestro, autor, amigo de la novela Ritos, quien prologara mi obra poética Por donde sangran las cosas, que no he publicado. Lo cito y leo porque me parece que es uno de los textos de narrativa donde el horror del asesinato de las hermanas Mirabal se exalta con mayor belleza y fuerza poética en la novelística dominicana.
“Entonces el verbo de la carne de las reinas fue hecho a palos; sus gritos fueron vegetales como susurro; sus miradas como hojas de palo largo, redondas, duras; el sexo como oquedades de troncos viejos; sus muslos, dimensiones ovaladas de palmeras; su sangre, la sabia de antiguos árboles que lloran por el mes de noviembre. Ojo de agua-rocío, muy frío en las laderas de las altas montañas, escombros, hielo, sin el abrigo de los brazos, ojos en el fondo seco del río.”
Si nada es nada en lo fantástico de “la vasta biblioteca o el infinito laberinto del saber”, me uno al Café Ritual para no asustarme tanto como Úrsula Iguarán, sino para ser cómplice y disfrutar como Papancho, Popo o Vitamina, en la lujuria del éxtasis. Por lo pronto, solo entrego el milagro de sus manos, en sus manos.
Yo, Félix, casi feliz, me congratulo al congratularte, autor-lector.
“Feliz quien tiene un hijo sabio”.