A continuación, se presenta uno de los
cuentos más fascinantes del escritor francomacorisano, José Martín Paulino.
Este forma parte de: Antes de que la casa se derrumbe (2019), libro con
el cual fue galardonado Premio Anual de Cuento 2020.
Con En la sombra, el autor es capaz de cautivar a los
lectores por el manejo de su prosa. Disfrútenlo.
EN LA SOMBRA
Entonces me
depositaron en este recinto tenebroso y me abandonaron como a cosa
prescindible. Sé que a la prisión exterior le nacen claridades y vuelos de
pájaros y hermosas presencias vegetales y niños que juegan a armar un mundo
feliz y floración de muchachas… Recuerdo a la muchacha que cada día me
alumbraba el día frente a mi casa, porque yo tenía una casa, precaria, sí, pero
mi casa, mi casa que se llevaron los basuristas…A
diario la muchacha me bañaba en sonrisas pensándome indefenso, y yo le decía
versos que la mecían en vanidades. Aquel día se derramó íntegra sobre mí.
Entonces fue el día del juicio: me
acusaron de estuprar los encantos de la muchacha. Pero no: fue ella quien me
abrazó con sus anillos y me hundió en sus aguas, ¡bendita serpiente líquida de
mi irrecuperable paraíso!
Sí, olvidado. Aquí todo es distinto. Aquí no nace la luz, tampoco la
sombra; la sombra es una permanencia atroz... A pesar de la gran mancha observo
el lento crecimiento de los hongos en las paredes, los hongos que me gusta
comer. Yo no estaría tan triste si este lugar no estuviera tan oscuro, si algún
trocito de claridad agujereara esta gran sombra que todo lo aprisiona. Con esta
falta de luz mi mente se anochece con frecuencia, me violento y comienzo a
golpear las paredes de esta cárcel. ¿Cárcel? Pero no recuerdo haber matado a
alguien ni violado a la muchacha. Aunque sí recuerdo el látigo de la justicia
flagelándome, y la multitud regocijada, y los palos y las piedras y las patadas
y la prisión. Luego la libertad con mi razón mutilada, y después mi casa
construida con desechos callejeros. Así fue como me trajeron de vuelta, esta
vez acusado de violar los basurales. Sí, me han hecho creer que estoy loco…
Cuando me violento entran tres hombres muy fuertes, vestidos de blanco
para hacerme creer que estoy en una clínica o en un hospital, y me inyectan, y
siento que mis demonios empiezan a reducir su velocidad. Pero ahora creo que me
voy a violentar de nuevo. Sí, de nuevo: ya no soporto más negrura… Recuerdo que
entonces me dio con recorrer las calles de mi ciudad en un vaivén monótono y
pesaroso. Sí, mi ciudad/pulpo con sus calles/tentáculos que desembocan en el
punto exacto de mi desolación. Aquello fue después de los tiempos en que me
reunía con mis amigos a planificar la redención de mi país, y mucho después de
que las balas marchitaran las rosas/corazones de los inmolados:
Manuel/Héctor/José/Bienvenido/Antonio/Luis/ Francisco, y tantos otros sin
rótulos ni lápidas ni consuelo de memoria. Pero mis otros compañeros retornaron
a la resignada quietud; solo yo seguí desandando los paisajes del sueño. Por
eso me dio con recorrer la ciudad y dormir en los basurales. Sí, mis romerías,
mis tragos regalados en barritas de
buenas muertes, y las risotadas, y las burlas tristes de los alegres
comediantes, y la serpiente decapitada en plena calle Castillo, y el gozo
carnavalesco de la multitud haciendo círculo alrededor de la víctima,
retorciéndose a causa de la inocencia terrible de los neumáticos, y la voz de
un cristiano: “¡Pero dónde encontraron esa diabla!”.
Sí, también me dio con orinar la luna y coleccionar estrellas y comerme
los huesos de las cerezas y mascar el sol como a pan recién horneado y beberme
la noche como a un narcótico ineludible y delirar por los frutos y los
manantiales de la muchacha. Ah, olvidaba decir que aquí abundan las ratas y
como el hambre no me da tregua me como cuantas pueda atrapar…
Cuando yo tenía quince años mis padres me mandaban con frecuencia al
matadero municipal, y veía cuando los oficiantes golpeaban con globos de acero
y tubos de hierro las cabezas bovinas, porcinas y caprinas. Luego observaba el
empuje y el tránsito del cuchillo hacia las desgarraduras de los corazones. Sí,
las rosas rojas de los inmolados. Y la sangre brotaba en hilos largos, espesos
y abundantes, y al coagularse la ofrendaban al paladar de los peces por aquello
de las proteínas…
Sí, la multitud… Y colocaron la culebra triturada y sangrante alrededor
del cuello de la demente emblemática. Y ella, con el collar de carne
manchándole la ajada blusa, empezó su avance por toda la ciudad, cual mártir
sin consuelo de Gólgota ni discípulos, seguida de una multitud de ebrios y crueles
danzantes. Y yo fui en su auxilio, pero era muy débil para enfrentarme a aquel
gusano inmenso abrazado en una sola vileza. Y golpearon mi cuerpo, y me dejaron
sangrante y moribundo sobre la plaza del héroe mayor, y la procesión siguió
adelante…
Sí, a mí me gusta la carne, toda, hasta la de estos ratones que no me
dejan dormir… Cuando yo era pequeño, mi madre le pedía fervorosamente a Dios
para que a mí me diera deseo de comer carne, porque de lo contrario me decían,
crecería muy débil y no tendría fuerzas para trabajar. Sí, me lo decían: ten
cuidado que tu salud es frágil y no podrás resistir los ataques de los sabuesos
del Leviatán.
Si por lo menos entrara un chorrito de luz tal vez yo no tendría
necesidad de esta carne y estos hongos. ¡Sí, quiero carne, quiero luz! Estoy
desesperado y a punto de empezar a golpear las paredes. Después vendrán los
hombres de blanco para hacerme creer que estoy en una clínica o en un hospital,
pero esto es una cárcel. ¡No, no he matado a nadie ni violado a la muchacha! ¡Sí,
quiero carne, quiero luz! Pero no veo un solo ratón y las paredes están frías y
silenciosas!